Comentario
Capítulo CXXXIV
Que trata de cómo fundó el gobernador don García Hurtado de Mendoza una ciudad en la provincia de Tucapel y cómo envió a reedificar la ciudad de la Concepción
Viendo el gobernador tan buen asiento y en buena comarca, y pareci[én]dole ser necesario, fundó una ciudad e intitulola la ciudad Cañete de la Frontera, y crió cabildo y alcaldes, e señaló solares a los vecinos que habían de ser, y dioles prencipales para que les sirviesen. Está esta ciudad de la Concepción veinte leguas, y de la ciudad imperial diez y ocho. Tiene a media legua la mar, mas no tiene puerto sino es cinco leguas de ella. Pasa un río junto a la ciudad. Está la ciudad en un llano y a media legua de ella tiene grandes montes de que pueden hacer madera para las casas. Es tierra fértil de comidas.
Y de aquí envió a Gerónimo de Villiegas con ciento y setenta hombres por teniente para que fuese a reedificar la ciudad de la Concepción, y señaló los alcaldes que habían de ser, y mandó al capitán Rodrigo de Quiroga y a los demás vecinos de la ciudad de Santiago se fuesen a sus casas. Llegaron a la ciudad de la Concepción, miércoles a cinco de enero, y otro día jueves, que fue día de los bienaventurados Reyes del año de mil e quinientos e cincuenta e ocho años, se reedificó la ciudad de la Concepción, que tres años y nueve días había que estaba despoblada.
Habiendo fundado estas ciudades de Cañete de la Frontera y reedificado a la de la Concepción, envió a don Pedro de Avendaño con treinta hombres a la ciudad imperial a traer algún ganado. Fue con él el capitán Vasco Juares con cuarenta hombres a echallo, siete leguas de allí, a causa de ser estas siete leguas de malos pasos y profundas quebradas. Llegados a Purén, que es donde estaba la otra casa fuerte que tengo dicho, se fue don Pedro de Avendaño a la ciudad Imperial, y el capitán Vasco Juares se volvió de la ciudad de Cañete.
Viendo el gobernador que ya era tiempo que aquel caudillo viniese, considerando que aquellas siete leguas eran peligrosas y la gente que traía poca, y los indios de aquella tierra belicosos, se atrevieron aguardalle en algún mal paso, envió al capitán Reinoso con noventa hombres a que le aguardase.
Pasadas estas siete leguas de mal camino y llegado este capitán a Puerén, topó a don Pedro de Avendaño que venía ya caminando. Y junto[s] llegaron al pie de una costa en medio de dos sierras de grandes montañas, las cuales se llaman la cuesta de Puerén, e por medio de las dos quebradas corre un pequeño río. Llegados los españoles a este paso, salieron a ellos los indios por todas partes, que serían hasta seis mil indios poco más o menos, según se supo por los naturales. Y como el compás era pequeño e la tierra tan agra, no se podían aprovechar de los caballos.
Y viendo los españoles que los indios venían con aquel ímpetu, se apearon ciertos españoles para los resistir, aunque más peligroso era para los de a pie. Peleaban los indios tan bien que daban bien en qué entender a los españoles, y les tomaron parte del ganado que traían. Y los españoles, como no les faltaba en semejantes tiempos, dieron en ellos de manera que los desbarataron y cobraron el ganado que habían perdido, dejando muchos indios muertos. Y salieron heridos de esta batalla cuarenta españoles de flechas y botes de lanzas. E habida esta victoria, se fueron a la ciudad, de lo cual fue muy alegre el gobernador por haber ido tan bien a los españoles.